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Juana de Ávila

Escuché muchas veces a mis hermanos mayores decir ese nombre para referirse a la escuela en la que cursaron su educación primaria. También llegué a escuchar hablar de un sector de mi ciudad, Maracaibo, bajo este mismo nombre.

He navegado en internet para documentarme con la historia y poder decir el nombre “Juana de Ávila” y sentir que sé a quién me refiero como persona.

No he encontrado datos de algún personaje maracucho que llevara este nombre, pero sí sobre la existencia de un hato y de una batalla.

El 24 de abril de 1822, durante la guerra de Independencia de Venezuela, tomó lugar un enfrentamiento militar entre las fuerzas realistas del capitán Juan Ballesteros y las patriotas del coronel José Rafael de Las Heras, acabando con la victoria de estas últimas. A esta batalla se le conoce como “Batalla Juana de Ávila”.

Existe un libro, autor Atenógenes Olivares hijo, que documenta sobre esta batalla.


Imagen por cortesía de Juan C. Viloria P.

Página 11 del libro "Historia del Hato Juana de Ávila" por Atenógenes Olivares. Foto cortesia de JCVP.

Juana de Ávila se llegó a convertir en un personaje epónimo, cuyo nombre quedó plasmado en un hato, en una batalla, en un sector y en una escuela.

El Autobús de Juana de Ávila


Eran los tempranos años 1950, los cuatro hijos mayores de Audoeno y Alicia habían comenzado una etapa muy trascendental en sus vidas, su papá los había inscrito en la escuela.

Haydeé, Mireya, José Darío y Zaida se sentían sobrecogidos por la idea de que por fin asistirían a una escuela. En ese tiempo la familia vivía en una casa rudimentaria hecha de tablones de madera. El que ellos pudieran ir a la escuela representaba un gran reto para la precariedad de la economía familiar, pues demandaba la compra de uniformes y útiles escolares. Audoeno trabajaba en ese tiempo como chofer de un carro por puesto de la ruta “Delicias”, manejaba un carro Chrysler Dodge propiedad de uno de sus amigos. Su entrada económica diaria escasamente alcanzaba para sostener aquel cuadro familiar de siete niños.

Don Luis Delgado era el director de una escuela y era muy amigo de Audoeno. Un día tuvieron la dicha de encontrarse después de varios años; Don Luis quiso saber qué escuela atendían sus hijos y al escuchar que por carencia de recursos económicos los niños aún no habían comenzado a recibir instrucción, Don Luis aupó a su entrañable amigo a que los inscribiera en su escuela, Juana de Ávila, asumiendo gustosamente a ayudarlo con los útiles escolares que necesitaran. Ante aquella sublime disposición de ayuda, Audoeno no pudo negarse y sus cuatro hijos mayores cruzaron el umbral de la Escuela Juana de Ávila.

La Escuela Juana de Ávila estaba ubicada en la Avenida las Delicias, a media cuadra de la calle Celis, frente al Liceo Baralt. Era una casa colosal, estilo colonial con un terreno muy grande; en su fachada se leía el nombre “Palmira”. Tenía un frente adornado por un lindo jardín, y un patio largo.

La familia Petit Villalobos vivía un tanto retirado de aquella escuela, por lo que Audoeno los llevaba y los recogía a diario.

La ruta que cubría Audoeno en su carro por puesto, pasaba por el frente de la escuela; así que cuando era la hora de salida, sus hijos se sentaban en la acera a esperar que él pasara para que los recogiera. Unos días la espera era muy corta, otros días si Audoeno llevaba el carro cargado de pasajeros, los niños tenían que esperar que llevara a los pasajeros a su destino para poder regresar a buscarlos y llevarlos a la casa.

El hermano de Audoeno, Emiro, era chofer de la misma línea de por puesto, así que algunas veces cuando Audoeno estaba muy ocupado, su hermano muy gustosamente recogía a sus sobrinos y los llevaba a su casa.

Cuando Haydeé cursaba su último grado, ella atendía el turno de la mañana y Mireya, José Darío y Zaida el turno de la tarde.

Un día, Mireya, José Darío y Zaida sentados en la acera del frente de la escuela vieron pasar un rato extremadamente largo esperando que su papá Audoeno o su Tío Emiro pasaran a recogerlos.

Aquella larga espera comenzó a acobardarlos ya que pronto comenzaría a oscurecer, “¿Por qué se estará tardando tanto papá?” Dijo Mireya con mucha angustia. “Debe estar haciendo una carrerita, pero ya no debe demorar mucho.” Dijo José Darío tratando de consolar a sus hermanas, aunque ya él también estaba bastante preocupado.

Transcurrió una hora más sin ninguna señal de la presencia de ninguno de los dos, ni Papá, ni Tío. Ya la tarde estaba dando señales de convertirse en nochecita. Los tres niños sabían que no era conveniente quedarse allí por mucho tiempo más, aquella espera infructuosa se había convertido en miedo; miedo de verse en la calle en la oscuridad de la noche, miedo de pensar que a su papá le hubiese ocurrido algo malo; y mucha preocupación de pensar en el miedo que estaría experimentando su mamá al ver que no habían regresado a casa.

“No podemos seguir esperando. A papá tuvo que haberle sucedido algo, tenemos que regresar a casa caminando.” Dijo José Darío tratando de mostrar mucha valentía, sentía su corazón latir muy aceleradamente, contenía sus lágrimas a duras penas.

“Estamos muy lejos, caminar solos a esta hora es muy peligroso. Además, no sabemos el camino de regreso.” Dijo Zaida con una voz que se rompió en llanto.

“No podemos seguir esperando a papá. Yo conozco el camino; no caminemos, corramos sin separarnos mucho el uno de los otros. Tenemos que llegar a casa antes de que se haga más de noche.” Dijo José Darío con mucha determinación.

Sus hermanas no podían contradecirlo porque sabían que tenía razón, volver a casa era perentorio. Obviamente por una u otra razón algo les decía que su papá no vendría a buscarlos ya.

Los tres niños comenzaron la odisea de regresar a casa, el que lideraba el camino era José Darío; los tres corrieron sin detenerse, sólo caminaron para cruzar las calles tomados de la mano. Muchos peatones los miraban extrañados, pero los niños no se detuvieron a reparar en nadie. Un poco antes de llegar a la casa y para acortar el camino tuvieron que cruzar un monte de cujíes muy oscuro y trepar un cerro. Corrieron con mucha decisión y valentía; sin darle cabida ni al cansancio, al miedo, o a la sed. En un lapso de un par de horas vieron el umbral de su casa de madera.

Tocaron la puerta con mucha premura, “¡Mamá, ábrenos la puerta!” Gritaron los tres al unísono, sintiendo que sus pulmones ya casi no tenían aire.

Alicia planchaba cuando escuchó la voz de sus hijos y corrió a abrirles la puerta, “¿Por qué han llegado tan tarde y dónde está su papá?” Les preguntó muy alarmada.

Los niños le explicaron que se cansaron de esperar por él, que decidieron tomar el camino a pie porque les daba miedo que se les hiciera la noche, que temían que algo le había sucedido.

“No debieron venirse caminando desde tan lejos. Entiendo que se hayan preocupado y que se sintieran asustados. Estoy segura de que algo retrasó a su papá, pero él nunca se olvidaría de recogerlos. Cuando él no los puede recoger, le avisa a Emiro para que él los traiga a casa. ¿Ustedes se imaginan cómo se sentirá su papá al llegar a la escuela y no encontrarlos?” Alicia estaba muy aturdida.

“¡Pero mamá, teníamos mucho miedo!” Trató de explicarle Mireya.

“Deben tener confianza en su papá. Tenían que seguir esperando por él. Se han expuesto a un gran peligro. Como castigo por haberse venido solos, después de cenar se van a sentar en el piso hasta que su papá llegue. Él dirá qué va a pasar con ese castigo.” Dijo Alicia tratando de esconder la gran mortificación que ahora le asaltaba; aquel retraso de su esposo era muy preocupante.

Los niños no se atrevieron a refutarle nada, dentro de todo sentían un gran alivio de haber llegado a casa sanos y salvos.

Eran ya casi las 11 de la noche cuando Audoeno llegó a su casa. Al entrar a la sala, lo primero que pudo ver fue a sus tres hijos que dormían en el piso, pues ya el sueño y el cansancio los había rendido.

Audoeno se llevó sus manos a la cabeza y exclamó, “¡Dios bendito, se me olvidó recogerlos en la escuela!”

Alicia aún planchaba muy cerca de los niños.

“¿Los trajo Emiro? ¿Por qué no están acostados en sus hamacas?” Le preguntó con una voz angustiada.

“Se vinieron caminando, más bien corriendo. Pensaron que te había pasado algo. Yo les di la cena y los castigué por no haberte esperado.” Explicó Alicia.

Audoeno se quitó su sombrero y se arrodilló al lado de sus tres pequeños hijos.

“No debiste castigarlos. Pobrecitos, me imagino lo asustados que han debido estar. Me salió un viaje lejos y me olvidé por completo de la salida de ellos de la escuela. Siento mucho mi imprudencia, siento mucho el peligro que les hice correr. Pero esto no va a suceder más. Mañana mismo los retiro de esa escuela, si no conseguimos cupo en una escuela que quede cerca, que se queden en la casa como estaban antes.” Alicia pudo ver lo conmovido que estaba su esposo y se sintió muy culpable de haber castigado a sus tres pequeños.

Audoeno cargó uno por uno a sus niños y los acostó en sus respectivas hamacas.

Al otro día fue a la escuela y al hablar con su amigo, el director, le expuso todo lo ocurrido. Le hizo conocedor de su decisión de cambiarlos de escuela.

“Pero Audoeno, entiende que no fue irresponsabilidad tuya. Todos tenemos momentos de esa naturaleza. Te viste envuelto en tu faena de trabajo, en tu gran preocupación por ganarte el sustento diario para tu familia. A estas alturas del año escolar no van a recibir a tus hijos en otra escuela, perderán el año. Ya están bastante retrasados en edad, no seas injusto contigo y con tus hijos.” Don Luis trataba de hacerle recuperar su sentido común.

Audoeno estaba muy ofuscado; la sola idea de que aquello volviese a suceder lo aterraba.

“Dame unos días, déjame que yo ponga en práctica una idea que se me acaba de ocurrir, por favor.” Le pidió con mucha vehemencia Don Luis.

En un par de días, vino Don Luis a visitar a la familia Petit Villalobos. Entonces les explicó, “Quise tomar acción en consecuencia de lo que aconteció recientemente. Acudí a la Administración de La Lotería del Zulia en calidad de director de la escuela; le planteé a su señor administrador, Don Arístides Ibarra Casanova, la urgente necesidad de que nuestra escuela cuente con un autobús de transporte. Le expuse el caso de esta familia, y el de muchas otras. Hemos recibido la donación de un autobús de transporte escolar. Quiero darles las gracias a ustedes, en especial a Mireya, José Darío y a Zaida por haber sido tan valientes; gracias a esa muestra de valor y a la gran preocupación de su papá porque eso no se repitiera es que, yo pedí esa donación tan importante para favorecer a todas las familias que forman nuestra escuela.”

Seis de los hijos de Audoeno y Alicia cursaron estudios de educación primaria en la escuela Juana de Ávila; día a día asistieron a clases y regresaron a su casa en un autobús de transporte escolar propiedad de la escuela, que le prestó servicio gratuito a todos los alumnos que vivían lejos.

Ingrid B. Petit Villalobos

Esta página fue editada por última vez el 2024-09-24 23:40

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