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Una Locha y un Bolívar

Había una vez un anciano, Don Simón, que se ganaba la vida vendiendo “paledoñas”; su esposa las hacía y él las vendía. Todas las mañanas salía con una olla llena de estos ricos manjares, siempre se paraba en la misma esquina a venderlas.

Cada paledoña costaba 12.50 céntimos de bolívar. En aquellos buenos tiempos había una moneda que tenía este exacto valor y era conocida por el nombre “locha”. La locha era casi del mismo tamaño que un bolívar; el bolívar representaba 100 céntimos; por lo tanto, cada bolívar contenía 8 lochas.

A una cuadra de donde se paraba Don Simón a vender sus paledoñas vivía una familia muy pobre. Audoeno y Alicia tenían 6 niños. Audoeno era un humilde carpintero que trabajaba arduamente para mantener a su familia. Cada bolívar representaba mucho para el sustento diario de este cuadro familiar.

Una tarde uno de los niños se acercó a Alicia y le dijo: “Mamá tengo mucha hambre.” Aún faltaba mucho para la hora de la cena y ella no tenía nada que poder ofrecerle a su pequeño para que comiera. “Ve a mi cuarto, abre el escaparate y en el primer entrepaño está mi monedero. Allí hay un bolívar y una locha. Agarra la locha y ve a la esquina y le compras una paledoña a Don Simón.”

El niño salió corriendo muy entusiasmado e hizo lo que le dijo Alicia; aquella deliciosa paledoña calmó un poco su hambre hasta que pudo sentarse a comer con sus hermanos las ricas arepas con mantequilla y queso que cada tarde comían a la hora de la cena.

Al día siguiente muy temprano en la mañana, Alicia fue a su escaparate para buscar el bolívar, con ese bolívar compraría 8 paledoñas para el desayuno de la familia.

Cuando Alicia tuvo la moneda en sus manos se percató de que era una locha; entendió entonces que su pequeño hijo había sacado el bolívar en lugar de la locha y que por error o por viveza Don Simón le había vendido al niño una paledoña por un bolívar. Alicia se sintió muy aturdida y un tanto indignada. Aquella situación la ponía en una situación muy difícil pues no tenía dinero para comprar desayuno para sus hijos.

Trató de sosegarse y pensar de qué manera podía solucionar aquel problema. Llamó entonces a su hija mayor. “Ve a la esquina y le pides a Don Simón 8 paledoñas. Si Don Simón no objeta nada cuando le pagues, vente de regreso lo más rápido que puedas. Si te dice que esa moneda es una locha y no un bolívar, le dices que seguro tu mamá se equivocó de moneda y que vas a ir a la casa para que tu mamá te la cambie por un bolívar. No le devuelvas las paledoñas. Yo iré a hablar con él cuando me traigas las paledoñas.” La niña sin hacerle ninguna pregunta siguió sus indicaciones tal cual se lo había indicado.

La compra de las 8 paledoñas se hizo sin ninguna objeción por parte del vendedor y la niña regresó a su casa con la compra. “Mamá, Don Simón tomó la moneda y no la miró.” Explicó la niña a Alicia.

Alicia no sintió ningún remordimiento de conciencia por lo que acababa de hacer. Se dispuso a servirles el desayuno a cada uno de sus pequeños: una taza de café negro, una paledoña y una porción de queso blanco.

En ese mismo momento alguien tocó a su puerta de una manera muy brusca; Alicia fue inmediatamente, estaba allí Don Simón quien parecía asfixiarse, tenía el rostro enrojecido. “Buenos días, Don Simón.” Le dijo Alicia con mucho respeto.

Don Simón se demoró unos segundos en responderle mientras recuperaba aire en sus pulmones, “Buenos días tenga usted. Una de sus niñas fue a la esquina hace un ratito y yo le vendí ocho paledoñas, ella me pagó con una locha en lugar de un bolívar.” Le dijo mostrándole la locha en su mano.

“Ah caramba. Déjeme que le explique. Yo tenía un bolívar y una locha. Uno de mis niños fue ayer por la tarde con una de esas dos monedas y le compró una paledoña; hoy una de mis niñas fue y le compró 8 paledoñas con la otra moneda. Si hubo confusión estamos en paz. Usted entre ayer y hoy ha recibido de nosotros un bolívar y una locha y nosotros hemos recibido 9 paledoñas. Así que, todo se ha aclarado.” Le explicó Alicia con toda serenidad.

“¿Usted cree que yo soy tonto o qué? Usted me está robando señora. ¡Usted es una abusadora y está enseñando a sus hijos a ser deshonestos!” Gritó Don Simón muy descompuesto.

En ese momento llegaba a la puerta Don Abrahán, el padre de Alicia. Al acercarse pudo percibir lo envalentonado del tono de Don Simón. “Oiga, modere un poco su tono de voz, ¡Le está faltando el respeto a mi hija!” Dijo Don Abrahán al estar ya en la puerta de la casa.

“Qué respeto, ni qué respeto. Yo estoy reclamando lo que es mío. ¡Yo no tengo porqué respetar a quien me roba descaradamente!” Gritó Don Simón sin bajar el tono de su alterada voz.

“Déjame que te explique papá” Alicia le explicó a su padre la confusión que había habido con las monedas. “Yo no estoy siendo injusta pues Don Simón recibió el pago justo por las 9 paledoñas.”

“Yo no estoy loco, ayer el niño me pagó con una locha y hoy la niña me pagó con otra locha.” Afirmó Don Simón con mucha angustia.

“Mi hija no miente, si ella dice que la moneda que usted recibió ayer era un bolívar y usted tuvo la deshonestidad de engañar a un niño y no darle ningún vuelto, usted es un estafador.” Ya Don Abrahán estaba muy alterado también.

“Usted no tiene derecho a insultarme, los estafadores son ustedes. ¡Usted y su hija son un par de miserables!” Don Simón bufaba como un toro rabioso.

Alicia estaba ya muy asustada pues no quería que su anciano padre peleara con el otro anciano.

“Cálmate papá, por favor.” Le pidió Alicia a su padre. “Yo no tengo más dinero ahorita, pero cálmese que yo le pagaré la diferencia en cuanto pueda.” Le dijo a Don Simón tratando de que se apaciguara.

“¡Yo de aquí no me muevo hasta que me cambien esta locha por un bolívar!” Gritó Don Simón.

“Ya le he dicho que deje de faltarle el respeto a mi hija. Si no se va le voy a partir la cara, ¡Es usted un viejo mentiroso y un ladrón!” Don Abrahán estaba ya tan alterado como el vendedor de paledoñas.

En ese momento apareció al lado de Alicia uno de sus niños, el mismo que el día anterior había ido a comprar una paledoña. “Disculpe usted Don Simón. ¿Le puedo hacer una pregunta?”

Don Simón al ser aludido por el pequeño pareció recobrar un poco su compostura y lo miró sin decir nada. Entonces el niño le preguntó: ¿Cómo supo usted ayer que yo no le di un bolívar sino una locha y cómo supo hoy que mi hermana le dio una locha y no un bolívar?”

Alicia y Don Abrahán permanecieron callados. Don Simón se rascó la cabeza.

“Yo ayer, no miré la moneda que usted me dio. Hoy en la mañana, después que su hermana se vino con las paledoñas, toqué bien el borde de la moneda y me di cuenta de que era una locha porque no tiene ranuras en el borde como tiene un bolívar.” Le explicó Don Simón al niño.

“La paledoña que yo le compré ayer tenía ranuras en el borde y las que mi hermana le compró hoy tienen los bordes lisos.” Le dijo el niño.

“¿Paledoñas con ranuras en el borde?” Don Simón largó una carcajada rabiosa. “A ver, muéstrame la paledoña esa con las ranuras en el borde.”

“Yo me comí esa paledoña ayer, así que no se la puedo mostrar. Pero usted sí puede contar el dinero que hizo ayer y darse cuenta de que yo le pagué con un bolívar en lugar de una locha.” Le explicó el pequeño con mucha cordura.

El rostro de Don Simón se puso pálido, parecía avergonzado. “Yo no quiero seguir discutiendo.” Bajó su cabeza y se marchó.

Alicia y Don Abrahán se miraron con asombro. Cerraron la puerta y se dispusieron a desayunar con los niños con las paledoñas, el queso y el café.

Transcurrieron un par de horas y alguien tocó la puerta. Al abrir ésta, Alicia pudo ver a Don Simón, “He venido a pedirle disculpas señora, también quiero que le diga a su señor padre lo apenado que estoy. Fui a mi casa y revisé el dinero de las ventas de las paledoñas de ayer; nadie me pagó ayer con un bolívar, de eso si me acuerdo bien. Entre todas las monedas había solo un bolívar y esa ha sido la moneda con la que me pagó su niño. Me da mucha vergüenza haber sido tan impulsivo e imprudente.” El apacible rostro de Alicia sonrió, “Yo entiendo Don Simón, no se preocupe.”

Don Simón le entregó una pequeña bolsa, “Son 9 paledoñas, cortesía de mi esposa. 8 por la confusión y el mal momento que les hice vivir y una de ñapa para el astuto niño que me hizo recapacitar. Tengan ustedes un buen día y que Dios bendiga a su familia.”

Ingrid B. Petit Villalobos

Esta página fue editada por última vez el 2024-09-24 23:40

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